1 de julio de 2017

Las representaciones de la exigencia académica: entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad

Por Claudio Acuña y Mariano Duna

Trabajo presentado en el Congreso en Docencia Universitaria que tuvo lugar el 17 y 18 de octubre de 2013, organizado por la Universidad de Buenos Aires.

A modo de presentación
El Colegio Nacional de Buenos Aires (CNBA) es uno de los establecimientos de enseñanza media que dependen de la Universidad de Buenos Aires (UBA). La excelencia en al campo educativo es uno de los valores que esgrime como atributo de distinción.
Una de las problemáticas que están presentes en las Tutorías[1] es cómo experimentan los alumnos esa excelencia y cómo ésta se resignifica en tanto mandato o “exigencia”.
El objetivo  de este trabajo es analizar algunas de las representaciones que tiene la “exigencia académica”, su proceso de constitución y algunas de las tensiones que experimentan los estudiantes. Es nuestra intención poner en consideración posibles claves de interpretación que contribuyan a fortalecer el desarrollo de los alumnos preuniversitarios como estudiantes autónomos y conscientes de sus potencialidades.

La excelencia como meta educativa
En la actualidad podemos decir que la llamada “excelencia académica” –noción que es necesario definir y contextualizar- está sostenida desde la institución por distintos mecanismos como los exámenes de ingreso, el límite de materias previas para promocionar al año siguiente y el rigor curricular que -de manera disímil- llevan adelante los profesores. Asimismo, vale dar cuenta que este ideal de “excelencia académica” también es deseado por los padres y, hasta cierto punto, por los alumnos.

Las representaciones de la exigencia
En las Tutorías de primer año encontramos que para los alumnos y alumnas el inicio de la escuela secundaria preuniversitaria es mayoritariamente un pasaje difícil de transitar:

“Sabía y me puso un cuatro.” (Adrián, alumno de primer año).
“Estudié juro que estudié y ¡mirá la nota que me puso!” (Felipe, alumno de primer año).
“Me quedé toda la noche, y ahora ¿¡qué le digo a mis viejos!?” (Gastón, alumno de primer año).

A pesar de haber superado con éxito el Curso de Ingreso, en estos testimonios están presentes la dificultad y la angustia por adecuarse a las exigencias del Colegio. El proceso de adaptación en primer año significa un cambio importante, diferente a lo experimentado anteriormente: la organización, las técnicas de estudio y los usos del tiempo son algunos de los ejes que están planteados desde y para las Tutorías.
En tercer año, por su parte, las exigencias aumentan. En gran medida esto ocurre porque tiene lugar un cambio curricular  importante: por ejemplo, se incorporan materias nuevas (Química, Física, Biología) y se ve modificado significativamente el contenido de materias troncales como Matemática y Castellano (que lleva su denominación a Introducción al Análisis Literario). Estos cambios no eximen a materias tradicionales como Historia y Geografía, que pasan a plantear saberes que requieren en proporción mayor una lectura interpretativa. 
En este caso, en las Tutorías aparecen dos tipos de problemáticas: una asociada al nuevo desafío académico y la otra, a cambios en la propia subjetividad de quienes cursan. Un rasgo que se hace visible es que el Colegio pierde la centralidad que tenía inicialmente para los adolescentes:

“Es un desastre, te toma cosas que no vimos”. (Andrés, alumno de tercer año).
“¿Qué quiere?, no explica nada, así no se puede aprobar”. (Julia, alumna de tercer año).
“Estoy podrido de estudiar, no te alcanza el tiempo”. (Carolina, alumna de tercer año).
“Si estudio, no tengo vida social” (Matías, alumno de tercer año).

En estos testimonios, pueden observarse al menos dos aspectos. Por un lado, el peso que adquiere la “vida social”, las amistades que se van forjando a lo largo del proceso de escolarización, relaciones que en muchos casos exceden la propia división y el turno y que contribuyen a forjar un fuerte sentido de pertenencia que no necesariamente hace foco en lo académico. Además, podemos reconocer  una tendencia a responsabilizar en mayor medida al profesor de turno por un posible fracaso.

Una lectura en clave weberiana

Entendemos que -en términos weberianos- existe una tensión entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad[2].
En los primeros años observamos que existe para los estudiantes un mandato alimentado por una ética de la convicción con respecto al desafío de mantenerse como alumnos de CNBA. Según Weber, la ética de la convicción esta animada por la obligación moral y el seguimiento absoluto de los sentimientos. Esto nos permite valorar los fines que se aplican para alcanzar determinados objetivos. Recordemos que el problema de la elección de los valores no se introduce en la ética de la convicción (Gesinnungsethik). La moral de la con­vicción incita a actuar a cada uno de nosotros, sin referencia explícita o implícita a las conse­cuencias.
Hacia tercer año, el mandato original está mediado por una ética de la responsabilidad. Para Weber, el sujeto valora a partir de la ética de la responsabilidad las consecuencias de sus actos y confronta medios con fines. En los alumnos aparece cierta especulación en el actuar y se observa cierto desapego de principios morales en otros momentos señalados. Sin embargo, estos principios no desaparecen, sino que siguen actuando con cierto pragmatismo y racionalidad y combinan lo moral y lo instrumental, la exigencia objetiva y la preferencia subjetiva.

A modo de conclusión
En primer año el mandato mediado por la ética de la convicción muestra que para los alumnos hay una meta a alcanzar: permanecer depende de su propio accionar, de cómo se adecua a lo que exigen los profesores. En cambio, en tercer año la responsabilidad en este sentido está puesta por fuera de los alumnos: la permanencia depende de los profesores y de cómo trasmiten sus saberes; el accionar está regulado por la especulación, hay una ética de la responsabilidad que mide el accionar por las consecuencias. En este etapa no parece resultar conveniente estar tan apegados a los principios de modo que les impidan actuar con libertad y soltura.
Para finalizar, recordemos que para Weber estas máximas que orientan la acción no son excluyentes pero si diametralmente opuestas:
“Esto no quiere decir que la ética de la convicción carezca de responsabilidad o que la ética de la responsabilidad coincida con la falta de convicción. No es esto. Pero si hay un contraste abismal…” (Weber 1989: 83) .



[1] Las “Tutorías Académicas” fueron redefinidas en el CNBA a partir del año 2011 como un espacio regular de encuentro de cada curso con su tutor, un docente de la institución que desarrolla su tarea de forma exclusiva para cada año y cada turno.
[2] Weber, Max, Política y ciencia (traducción de Carlos Correas), Buenos Aires, Editorial Leviatán, 1989.