Por Mariano Duna
En ese entonces, en muchos de
nosotros primó una mirada en más de un sentido épica o emotiva que
buscaba, al mismo tiempo que alentar el pensamiento y la reflexión, convocar,
sobre todo, a acciones concretas y sostenidas para continuar (en muchos casos,
en realidad, iniciar) el ciclo lectivo.
En este
artículo, por ejemplo, afirmábamos que
somos personas a cargo de tareas esenciales: somos
profesionales de la educación y tenemos que estar a la altura de las
circunstancias. Tenemos que ser capaces de sumar inteligencia e imaginación y
poder pensar en alternativas para permitir que los/as jóvenes sigan de alguna
manera en contacto con aquellas cosas que consideramos fundamentales de
nuestras materias, de nuestras disciplinas, de nuestras visiones de mundo (que
no nos pertenecen sino que heredamos y debemos ofrecer a quienes dejaremos en
nuestro lugar). [...] Nuestra respuesta
frente a no poder hacer lo mismo de siempre no puede ser no hacer nada.
II
Creemos que las autoridades deberían
adoptar medidas que permitan una mejor planificación del trabajo docente y
otorguen algo de certidumbre -en este mundo más que incierto- a las familias;
esas medidas, en el mejor de los casos, podrían revisarse si la situación
sanitaria y la información científica sobre el comportamiento del virus, la dinámica de los contagios y los
tratamientos -para no depositar todas las esperanzas en una vacuna cuya elaboración podría demorarse- así lo
exigieran. Sin embargo, la espera de las autoridades educativas, que no deja de
ser lógica en tanto producto de una cautela orientada al cuidado de la salud,
lentamente parece transformarse en un posicionamiento algo cómodo, como si los
funcionarios de Educación, contrariamente a lo que ocurre en otros ministerios
y dependencias, no estuvieran asumiendo en plazos razonables todas las
responsabilidades que les corresponden.
III
Una de las producciones más lúcidas y
sensibles que, a nuestro juicio, se
formularon durante la primera parte del año, fue el texto “Once tesis urgentes para una pedagogía
del contra aislamiento”, firmado por María Eugenia Arias, Mayra
Botta, Delfina Campetella, María Laura Carrasco, Cristina Carriego, Agustina
Lenzi, Mariano Narodowski, Emiliano Pereiro y Gustavo Romero, integrantes del
colectivo “Pansophia Project”.
Además
de recomendar su lectura, queremos destacar algunos pasajes en particular. En
primer lugar, la valoración que los/as autores/as realizan sobre la escuela:
●
La escuela
es la tecnología de distribución del conocimiento con el mayor potencial
igualitario de la historia de la humanidad. Gracias a ella, la población que
durante milenios fue excluida del conocimiento pudo acceder a la palabra
escrita y a través de ella a leer el mundo e interpretarlo científicamente.
●
Salir de
casa para asistir a la escuela significa algo más que el desplazamiento físico
hoy prohibido por la cuarentena: es pasar de lo íntimo a lo público; de lo
diferenciado a lo común; de lo individual a lo de todos.
●
El encierro obligatorio
expone crudamente aspectos antes naturalizados de las escuelas como las
funciones de cuidado y alimentación: la escuela es una casa a la que muchos
recurren para obtener los insumos esenciales para vivir que su casa no les
brinda. Cuidado, control, cariño y comida también son propios de lo escolar.
En
segundo lugar, la explicitación de ciertas limitaciones que han tenido la
escuela y quienes trabajamos en ella:
●
A pesar de
sus enormes logros, la escuela no consiguió llegar a todos e incluso el acceso
al conocimiento no escapó a los procesos más generales de segregación y
desigualdad.
●
[Las
herramientas de la pedagogía] se basan en el encuentro entre educadores y educandos
en un ámbito escolar que transforma ese vínculo en un hecho único e
intransferible. Un encuentro que se articula alrededor del conocimiento. Una
vivencia profunda en lo intelectual, lo emocional y lo corporal. Un compartir
que, aunque a veces deja huellas quejumbrosas y hostiles, se presenta como una
singularidad irremplazable.
En
tercer lugar, las advertencias respecto de que esta “educación no presencial de
emergencia” de ninguna forma es una educación a distancia planificada como tal;
y que “simular escolarización allí donde no la hay”, como producto de una
“fascinación tecnológica”, tiene límites y riesgos que sufrimos estudiantes,
docentes y familias.
Por
último, en el texto se realizan sugerencias bien concretas para los/as docentes
(“permitirnos mayor
flexibilidad, seleccionar de modo inteligente contenidos, actividades,
cuidados, cantidades y calidades”) y se destaca que “tal vez el primer criterio de priorización sea la
situación socio-emocional de nuestros estudiantes y de nosotros mismos: el contexto vincular y socioeconómico que se
procesa en el encierro no puede ser soslayado”.
IV
Las “Once tesis…” fueron publicadas
el 4 de mayo en el sitio web de Pansophia Project. El 9 de junio,
además, fueron presentadas en inglés en la página web de la UNESCO.
El 3 de noviembre de 2018, dos de sus autores, Mariano Narodowski y
Gustavo Romero, publicaron en el diario Clarín un texto en el que se preguntaban
algo que el año 2020 hasta ahora respondió de manera rotunda: “¿Seguirán los chicos yendo a la escuela?”
En el artículo los autores
indican una suerte de doble proceso de desapego
y arraigo que nos conduce a observar cuál
es el lugar que parece ocupar en verdad la escuela en nuestra sociedad. Si, por un
lado, “las escuelas ya no
son el único lugar donde aprender conocimiento legítimo: las redes, las
pantallas y la inteligencia artificial penetran nuestra vida cotidiana y
permiten predecir la desescolarización –al menos en algunos de sus tramos
formativos- más allá de lo que estamos dispuestos a creer”, por el otro, “hasta
ahora, el traslado de la educación hacia métodos no escolares colisiona con un
límite: el cuidado de los chicos”.
No sin cierta provocación, los autores remarcan que “por el momento no
aparecen opciones a las escuelas que remedien el control y el cuidado sobre la
infancia y la adolescencia. En la medida que el trabajo infantil esté prohibido
y que los menores de edad sigan considerados como sujetos no autónomos, no
emancipados, y que no pueden gobernarse totalmente por sí mismos, la única
tecnología que permite proteger y educar a gran escala es la escuela”.
Hoy podemos apreciar en el artículo cierta ironía del destino (de la cual hay que dispensar a sus autores);
allí se destacan dos iniciativas “menos costosas y más eficientes en los
aprendizajes de los niños” pertenecientes a países que actualmente se encuentran en las
antípodas en cuanto a su gestión de la pandemia: Nueva Zelanda (cuna del
“Proyecto COOL”) y Brasil (donde se elaboró “una propuesta para que los
estudiantes de escuelas medias públicas tengan un 30% de tiempo escolar online
en sus casas”).
Narodowski y Romero, integrantes de un grupo en el que “sin
ataduras ni prejuicios, asumimos la historia de lo escolar y trabajamos en el
presente y en los futuros posibles de la educación, incluso los improbables” ,
finalizan su texto con los siguientes
interrogantes:
¿Cuánto tiempo
esperarán los Estados para migrar parte de la educación obligatoria a un
sistema más barato y más eficiente si acaso se resolviera el control y cuidado
de los chicos? ¿Será posible (y deseable) evitar un cambio de esta magnitud que
afectaría a todos los que vivimos en la era de los sistemas escolares? ¿Las
escuelas devendrán espacios empobrecidos solo para control social de ciertos
sectores?”
V
No es nuestra intención forzar lecturas que interpreten como contradictorios los matices observables en los dos textos relevados, pero sí queremos remarcar que frente a un mismo dato (el tiempo que pasan los/as chicos/as en la escuela), lo que antes tendía a remarcarse como una cuestión de “control y cuidado”, en este contexto se observa y se valora como un aspecto central de socialización (del cual el aprendizaje forma parte, y no a la inversa). En otras palabras: la "desescolarización", que en muchos ámbitos y desde distintas tradiciones ideológicas se presentaba como un objetivo deseable, hoy en día, tras haber transitado más de un cuatrimestre de "homeschooling", ya no parece tan positiva.
Siempre es necesario pensar en contexto. Las ideas situadas seguramente tengan mayor posibilidad de prosperar que las iniciativas aisladas, por más bienintencionadas que sean. Esto de ninguna manera significa acomodar el pensamiento a una coyuntura puntual; por el contrario: implica tratar de tener siempre lo más claro posible cuáles son los aspectos de nuestra actividad -en nuestro caso, la docencia- que no tenemos intención de ceder o soslayar.
Si bien muchos/as docentes venimos replanteándonos desde hace rato el rol de la escuela, la pandemia de Coronavirus seguramente haga que muchas otras personas propongan algunas cuestiones en torno ella (así como también muy probablemente se revisen otras cuestiones tales como el diseño de las ciudades, las modalidades laborales, los hábitos de recreación y cultura y, sobre todo, las maneras en que priorizamos y cuidamos la salud y el medio ambiente). En este marco, es imprescindible que quienes habitamos (o habitábamos) cotidianamente las escuelas no seamos espectadores pasivos ante las definiciones que no llegan y construyamos -tomando como base nuestras coincidencias (que no son pocas)- una mirada orientada a un horizonte concreto: la apertura de las escuelas, condición indispensable para que, sea cual sea la modalidad de trabajo que podamos adoptar en función de los requisitos sanitarios, la enseñanza, el aprendizaje, el control y el cuidado sean realidades concretas y no simples banderas o consignas virtuales.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario