16 de octubre de 2019

¿Dónde se aloja la diferencia?


Por Martina Vidret

En este artículo, una joven egresada del CNBA, actual docente en la institución, reflexiona con inteligencia y sensibilidad sobre un tema bastante transitado: ¿son distintos los estudiantes del CNBA? Estudio, trabajo, salud y deseo se conjugan para aportar claves de interpretación.

En el primer día de cursada de una materia en la Facultad, al momento de presentarnos, le conté a mi profesora y a mis compañeros que soy tutora en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Comenté brevemente nuestra función: acompañar a los estudiantes en los procesos y conflictos que el pasaje por la secundaria implica, y ser mediadores de distintos vínculos (alumnos-profesores, alumnos-alumnos, alumnos-padres). Frente a esta información, mi profesora me preguntó si estos chicos, a los que tutoreo, eran "distintos" al resto de los adolescentes. Mi respuesta en ese momento fue que no, que eran iguales, que quizás lo que los diferenciaba era el molde que la sociedad impone a estos adolescentes en particular, junto a los del Carlos Pellegrini, el ILSE y otros colegios reconocidos por su nivel.
Para armar un retrato de estos adolescentes creo que es necesario referirse a cómo uno entra en el Nacional Buenos Aires. Ahora que soy tutora más allá de ex-alumna, les pregunto a los chicos de 1er. ó 2do. año por qué decidieron embarcarse en la tarea tan difícil de sobrevivir por un año a dos colegios (la escuela primaria y el curso de ingreso), y, algo no menor, cursar seis días a la semana; cómo fue la idea, y de quién. Y les pregunto, especialmente si me dicen que fue de ellos, qué es lo que le vieron o le ven a semejante institución.
Una respuesta que me llamó particularmente la atención fue de un varón de primero. Me dijo que la idea surgió de los padres, porque "es el mejor colegio de Capital". Mi siguiente pregunta fue qué le parecía a él el colegio, y me dijo "me quiero quedar, porque me va a ser más fácil conseguir trabajo; me resulta difícil, pero voy a intentar hacer todo lo posible para quedarme; hay días que vengo y digo que me quiero ir, que lo odio". Y una última cosa que me interesa destacar de esta entrevista fue que, entrando en el tema de la primaria y el pasaje a la secundaria, me dijo: "digo 'la primaria' como si hubiese sido hace mucho". La entrevista fue en mayo de este año.
¿Por qué a un chico de 13 años lo primero que le surge, a la hora de contar por qué eligió un colegio, son los beneficios laborales? ¿Por qué, apenas cinco meses después de haber terminado la primaria, la siente lejana? 
Hay dos enfoques posibles para responder esto. El primero surge de la lectura de “Del adolescente derecho a detenerse”, de Fernando M. Aduriz. El autor plantea que es necesario que el adolescente pueda construir un tiempo lógico de detención, en donde encontrarse a sí mismo, a su deseo, a un proyecto propio. Dentro de esta lectura, destaco dos cosas: el adolescente del Nacional no vive, en la mayoría de los casos, ese tiempo. Se los estimula tanto a crear sus propios caminos, a seguir todo atisbo de placer intelectual, que de alguna manera u otra jamás paran. Para dar un ejemplo, tengo una alumna que se levanta a las 5:30 am, practica natación competitiva hasta las 11, se cambia, estudia un poco en el trabajo de sus padres, va al colegio de 12.30 a 17.15, llega a su casa a las 18, estudia, se va a dormir a las 22. Y como ella hay decenas; yo, entre otros: a los dieciséis años ya había escrito una novela, había hecho dos intercambios a distintas ciudades, desempeñaba dos funciones en el Centro de Estudiantes, participaba de coros, talleres de escritura, yoga dos veces por semana e iba al analista. Y, quiero aclarar, no lo digo como algo rescatable, sino como algo compulsivo. Lo que me lleva a mi segundo punto.
Aduriz indica que el refugio en el estudio es otra manera de detención. Me atrevo a discutir este punto, ya que estudiar no necesariamente es un refugio. Muchas veces, acompañado de una alta exigencia (propia o de otros), el estudio más que un refugio es una manera de escaparle al pensar, al sentir, al actuar. En estos alumnos estimo que es de ese orden el tipo de estudio que persiguen. Ni más ni menos, durante estos últimos años tuvimos numerosos estudiantes con ataques de pánico, momentos de mucha angustia, intentos de suicido. Y estoy hablando de chicos de de 12 a 15 años. Creo que se sobreentiende que no son estadísticas normales: en los últimos siete años se murieron siete chicos, de los cuales dos fueron por suicidio, una no se sabe si fue un suicidio o un accidente, dos por accidentes y dos por cuestiones médicas.
El segundo enfoque es el siguiente. Los chicos entran con mucha expectativa encima. No necesariamente propia: expectativas de la sociedad, de los padres, abuelos, hermanos. De los docentes mismos. El proyecto que la sociedad tiene respecto de los alumnos del Nacional Buenos Aires es distinto al de alumnos de otros colegios.
El alumno del Nacional Buenos Aires, cuando se identifica como tal, escucha de sus interlocutores una variedad bastante escasa de frases: "ay, es difícil, ¿no?"; "uy, me contaron que los matan ahí adentro"; "de ahí salen todos los políticos". Desde la sociedad misma hay una reacción distinta, y una espera a que esos chicos sean distintos. Los adultos cargan en los (pre)adolescentes tener que buscar respuesta a esos planteos. Y marco que son los adultos porque el resto de sus coetáneos rara vez ponen al Nacional Buenos Aires como algo de mucha presión y de mucha exaltación cuando conocen a alguien que fue o está yendo ahí.
Lo que yo veo en mis alumnos, que quizás no lo veía cuando era chica, es que son adolescentes que son adolescentes. Los profesores me dicen que los chicos están en clase y usan el celular. Están en clase conmigo y también usan el celular. Me cruzan en los recreos y me cantan canciones de Trap, o del Duki, o de reggaetón. Hablan como adolescentes, también. Crean significantes constantemente: en el primer mes de clases de este año me preguntaron si estaba “de ruta”, entendiendo por eso estar “bien”. Pero salen distinto. Se los formatea distinto. Se les exige algo nuevo desde la sociedad, el colegio, los padres, y, por último, desde ellos. Porque este chico, que viene y me dice que quería ir al Nacional Buenos Aires porque le va a dar trabajo, es un niño que toma la expectativa que le dijo alguna vez alguien. No es que ese pensamiento surja de la nada: claramente hay un adulto, o alguien a quien él respeta, que le dijo: “Si vos vas al Nacional Buenos Aires, seguro te es más fácil conseguir trabajo”. Y es así. A él le dicen esto, él lo toma, se lo cree. Y se apropia de ese discurso, que luego, mientras más vaya creciendo y diferenciándose del resto de los adolescentes o jóvenes de su edad, va a cobrar cierto status de realidad. Y como él, hay un montón.
Los que fuimos al Nacional Buenos Aires estamos preparados a afrontar el mundo laboral desde una sensación de éxito. Y la amplia mayoría de nosotros acudimos a entrevistas con la expectativa de que ese trabajo ya es nuestro. Simplemente porque tenemos esa línea en nuestro Curriculum Vitae. Desde ya, estoy hablando de primeros empleos, pero de los que hacen el salto de calidad. Es distinto tener un primer empleo que sea ser mozo, a un primer empleo que sea ser tutora (ú organizadora de intercambios, que fue mi caso).
Los adolescentes del Nacional Buenos Aires, entonces, sí, somos distintos. Y me incluyo en la categoría de adolescente porque, tomando la idea de J. D. Nasio, en una entrevista que le hace Adrián Grassi respecto a un segundo estadio del espejo, situado en la adolescencia, un adolescente es quien todavía depende económicamente de sus padres. Cada vez mi dependencia es más relativa, pero creo que no lo suficiente. E incluso, por afuera de Nasio, sigo considerándome parte de ese estudiantado, ese joven obligado por todos los sectores de la sociedad a triunfar.

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