Por Mariano Duna
I
A lo largo de sus ya más de siete años de gestión al
frente del Colegio Nacional de Buenos Aires, el Rector Gustavo Zorzoli ha
optado por priorizar la búsqueda de consensos a través de un diálogo fluido con
los estudiantes y los padres; salvo algunas excepciones, los docentes fuimos
más bien relegados de este tipo de construcción.
Aunque en muchos aspectos resultó efectiva, esta forma
de conducción seguramente sea una de las razones por las que en ninguna de las
dos elecciones para designar representantes por el claustro docente ante el
Consejo de Escuela Resolutivo que tuvieron lugar durante la gestión de Zorzoli,
la lista que contaba con el visto bueno del oficialismo
consiguió el primer puesto en cantidad de votos obtenidos.
Ahora bien, esta caracterización nos recuerda que no
debería sorprendernos que Zorzoli no haya presentado ante el CER su “Proyecto de redefinición del uso del espacio
colegial” y que haya preferido discutirlo con Jefes de
Departamento y el Centro de Estudiantes. Su vocación, mucho más informalmente “dialoguista”
que institucionalmente “democrática”, debe ser evaluada desde una mirada tanto
pragmática como ideológica: ¿qué sentido tendría para un rector personalista
como Zorzoli presentar un proyecto ante un Consejo en el que no cuenta
con representantes propios y que, dicho sea de paso, ya
le frenóuna reforma similar en 2017? Y fundamentalmente: más allá
de la contextualización que realizamos, ¿sería correcto naturalizar o
relativizar el desprecio del Rector al CER, órgano institucional de co-gobierno
que tanto costó conseguir?
II
Los docentes que nos consideramos progresistas y
críticos del modelo pedagógico y político vigente desde hace décadas en una
institución como el CNBA nos encontramos en una encrucijada. Desde una mirada
optimista –que algunos podrán tildar de ingenua o de condescendiente-,
imaginamos que la implementación de un proyecto como el de “aulas por materia”
ofrece el potencial de alentar la introducción de nuevas prácticas de
enseñanza, reforzar el funcionamiento de los departamentos pedagógicos,
estimular el trabajo interdisciplinario y generar en los estudiantes una mayor
autonomía. Para colmo, el Proyecto surge a la par de la necesidad de disponer
de un mayor número de aulas para aumentar la cantidad de alumnos ingresantes a
la institución. ¿Cómo hace una persona que se pretende reformista para
oponerse a este proyecto en particular, formulado además en un contexto general
de ajuste y achique de las instituciones públicas?
Reconozcamos, empero, que hay varios motivos para
hacerlo: en primer lugar, la estrategia del Rector de no presentar el proyecto
en cuestión ante el CER, además de implicar un repudiable ninguneo,
impidió mejorar la iniciativa mediante su tratamiento en comisión con la
participación de todos los claustros involucrados; en segundo lugar, el
Proyecto plantea una serie de definiciones sobre las funciones del personal
docente que deberían ser analizadas junto a las representaciones gremiales a
partir de lo establecido en el Convenio Colectivo para Docentes Preuniversitarios
de la Universidad de Buenos Aires (res. 1923/2017); en tercer lugar, se propone
un cambio en las funciones de los preceptores sin brindar prácticamente
precisiones en torno a la supervisión, el acompañamiento y la capacitación con
la que deberían contar estos docentes, lo que pone en evidencia la falta de una
perspectiva pedagógica en la gestión del Departamento de Alumnos; en cuarto
lugar, la liviandad con la que el Rector propone desarmar el esquema de
“tutorías académicas” de primero a quinto año con el que inició su gestión deja
entrever la ausencia de definiciones respecto del modelo de tutoría con el que
se pretende dar respuesta a una serie de problemáticas de la actual escuela
secundaria. Esta enumeración podría continuar.
Y, sin embargo, más allá de todo lo dicho, el CNBA es
un Establecimiento de Enseñanza Secundaria de la UBA (res. 4767/2008) y, por lo
tanto, posee un carácter experimental y de comprobación pedagógica.
Además, en un ámbito educativo todo proyecto debe ser considerado en
términos de su planificación, su implementación y su evaluación, en períodos de
tiempo razonables. ¿Por qué no probar esta reforma durante
este año, el último del rectorado de Zorzoli, y dejar que la próxima
gestión administre la experiencia acumulada para el beneficio
de toda la comunidad educativa, sin que pague por ello mayores costos?
III
A la vez afable y verticalista, fue el mismo Zorzoli
quien impulsó -de una manera muy particular [ver artículo]- una discusión para reformar
el Plan de Estudios del CNBA. Ese debate, que ocupó y preocupó a gran parte de
la comunidad educativa durante la segunda parte de 2017, hoy parece estar
olvidado al fragor de las nuevas discusiones que plantea el proyecto de aulas
por materia.
En los dos casos, las metodologías empleadas por
Zorzoli terminaron encontrando inesperados cómplices en la incapacidad de otros
agentes institucionales -Consejo Académico, CER, representaciones gremiales o
la disgregada Asociación Docente- para vehiculizar la voz, el saber y la
experiencia de los docentes de una manera que no fuera corriendo detrás de una
agenda impuesta de manera inadecuada. Ante la imposibilidad de construir
consensos de una forma alternativa, participar activa y masivamente en las
distintas discusiones o simplemente permitir que cada agente institucional se
ocupe de forma complementaria de sus objetivos específicos, los docentes
quedamos en medio de una disputa entre un rector que termina su mandato y un
grupo de docentes que de forma corporativa parece querer cobrarse los más de
siete años de destrato.
Desde luego que el avance de Zorzoli en
la implementación del Proyecto en cuanto a la modificación de aulas,
la compra de materiales a través de la Asociación Cooperadora, la designación
de personal docente y la matriculación de alumnos a primer año, sin haber dado
participación a los órganos institucionales de co-gobierno, resultó, cuanto
menos, irresponsable. Pero también es cierto que la coyuntura actual nos
debería haber interpelado para aprovechar la oportunidad y
separar el aserrín del pan rallado: la reforma del “cambio de aulas” –aún mal
presentada, incompleta en su fundamentación y polémica en su implementación-
hubiera permitido visualizar en el horizonte de lo pensable, lo posible y lo
redituable, el inicio de reformas de mayor envergadura, más seriamente
planificadas, profundamente discutidas y, sobre todo, democráticamente
consensuadas.
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