12 de agosto de 2021

Socialización y transmisión de la cultura

Por Mariano Duna

La interrogación por el sentido de la escuela -sobre todo del nivel medio- es un tema fundamental al que la pandemia agregó urgencia y dramatismo. No existe solo una respuesta, pero las propuestas parciales a las que cada docente pueda arribar permiten organizar el trabajo, confrontar perspectivas, poner en diálogo prioridades, diseñar algún tipo de proyecto. De hecho, gran parte de los mentados debates en torno a la vuelta a la presencialidad, la escolaridad virtual, el streaming, las calificaciones y el "recorte" de contenidos -entre otros temas- podrían haberse encauzado de manera mucho más enriquecedora si se hubieran explicitado y puesto en consideración planteos en torno a qué esperamos de la escuela.


Para mí la escuela secundaria sirve principalmente para dos cosas: socialización y transmisión de la cultura. Los demás objetivos -preparación para los estudios superiores, anticipación del mundo del trabajo, autoconocimiento de cada sujeto, por mencionar algunos posibles- pueden ser, a lo sumo, consecuencias indirectas que se adquieren de todas formas, sin que sea necesario poner el foco inmediato en ellas (si me permiten la alegoría deportiva ahora que terminaron los JJOO, imagino la “socialización” y la “transmisión de la cultura” como dos habilidades generales, al estilo de "correr" y "saltar", que de ninguna manera impiden -sino todo lo contrario- que luego cada persona aplique esas destrezas para el vóley, el básquet, el hockey, la marcha, el ajedrez -sí, incluso el ajedrez- o lo que fuera).


Sobre el primer objetivo: en la escuela debemos generar ámbitos seguros de socialización, con o sin pandemia. Allí debemos construir ficciones poderosas sin dejarnos correr por supuestas contradicciones con la “realidad” de afuera; por el contrario, la escuela como espacio “seguro” -con o sin pandemia- es lo que contribuye al desarrollo de subjetividades que inevitablemente se encontrarán tarde o temprano frente a algún tipo de circunstancia vital o desafío existencial para los cuales no tiene sentido que la escuela se obsesione en preparar de manera específica. Siguiendo con la alegoría deportiva: la escuela no es un “entrenamiento para” un juego olímpico sino un evento en sí mismo que, de todas maneras, siempre se proyecta y desborda sus consecuencias. 


Sobre el segundo objetivo: la cultura no se transmite pasivamente. El ida y vuelta entre docentes y estudiantes y la transposición didáctica implican recrear y crear objetos culturales específicos que guardan relaciones muy particulares con aquello que cada sociedad considera importante para ser comunicado de generación en generación. Tal vez allí resida la parte más importante de nuestro oficio: saber o intuir qué elegir de cada campo disciplinar, cómo acercarlo y de qué manera habilitar las transformaciones que eso pueda sufrir al encontrarse con nuevos sujetos que se apropiarán de ese conocimiento, de esa habilidad, de ese texto o de esa fórmula, y lo convertirán, tarde o temprano, en otra cosa.


Son apenas breves planteos de las dos respuestas que me formulo cuando me pregunto por el sentido de la escuela. Son también las dos perspectivas que me permiten encontrarle un sentido al sinsentido escolar en la pandemia. Son dos propuestas que me dan argumentos para creer, por un lado, que vale la pena salir de casa y socializar en la escuela, de manera cuidada pero no cautiva; y, por el otro, que no hay absolutamente ningún problema en recortar contenidos y apostar a la profundización en lugar de la extensión, porque de todas maneras siempre aquello que transmitimos se multiplica, se transforma, se reelabora (o, si hacemos las cosas mal, se traga y se regurgita).

Nunca está de más recordar que nadie sale de la escuela secundaria con la preparación  para operar al otro día a corazón abierto, o para ser intérprete en la ONU o compositor de óperas. Debemos  seguir apostando a la transmisión de la cultura, pero sin dejar de lado el otro objetivo del nivel, la socialización cuidada -con o sin pandemia-, la socialización que convoca y reúne cuerpos y palabras y asume riesgos imprescindibles, inevitables, incluso deseables, que no se definen únicamente por el cumplimiento o no de protocolos.
Deberíamos ser capaces de admitir que sí, que ir a la escuela de forma presencial y meternos en un aula, incluso con barbijo y ventilación, es un riesgo mayor al de quedarnos en casa, pero que lo hacemos con la certeza y la constatación diaria de que vale la pena hacerlo porque la escuela es un lugar de encuentro y de aprendizaje, de contención y de cuidado, de socialización y de transmisión de la cultura (aunque también sea -para sorpresa de algunos trasnochados- un poco guardería y un poco aparato ideológico).