24 de julio de 2020

“En el CNBA suceden cosas muy diferentes de lo que la gente cree”

Conversamos con Federico Lorenz, historiador, novelista y profesor del CNBA, a raíz de la reciente publicación de Komorebi.



La charla tiene el marco propio de estos tiempos: caras que se encuentran a través de las pantallas y algo de la intimidad de cada interlocutor que se deja adivinar como telón de fondo. En el caso de Federico Lorenz se observa una sección de su biblioteca, pero no se llega a observar si hay ahí libros “de historia” o “de literatura”.

Federico Lorenz: Por una cuestión profesional o corporativa debería decir que encuentro muchas diferencias entre la historia y la literatura, pero la verdad es que cada vez les encuentro menos; sobre todo en lo que respecta a la manera en que se acercan al pasado y muestran la tensión dramática de las acciones humanas. En todo caso, la diferencia viene por el hecho de que cuando escribo historia tengo que escribir efectivamente las cosas como sucedieron (o como creo que sucedieron en función de las pruebas y las reglas del oficio) y no como me hubiera gustado que hayan sucedido. 

La referencia a Aristóteles es ineludible. En un fragmento muchas citado del capítulo IX de su Poética, el filósofo señala que el historiador “dice las cosas que ocurrieron” y el poeta “dice las cosas como podrían ocurrir”. En el cruce entre lo que podría ocurrir y lo que nos gustaría que ocurra se articula, por ejemplo, lo que el Doctor en Letras Miguel Vedda llama la “catarsis consolatoria” de ciertas formas de la literatura popular. El oficio de escritor de ficción parece tener en Lorenz una motivación similar.

FL: Yo laburo temas que tienen forzosamente que ver con derrotados y muertos [N. de la R: Lorenz se especializó en historia argentina reciente y en la Guerra de Malvinas]. Siempre me gustó escribir ficción, pero creo que en algún momento tener que convivir con ese tipo de trabajo me llevó a privilegiar darle forma literaria porque la ficción te permite -en un sentido poético bastante real- mantener viva a gente que está muerta. Creo que el oficio de novelista convive de esa manera con el de historiador: en cierta forma, uno es antídoto del otro, pero a la vez se retroalimentan. Es algo muy poderoso.
Mariano Duna: ¿Quién vino primero, entonces: el historiador o el novelista? 
FL: Hoy por hoy diría que ser profesor de Historia tuvo mucho de azaroso; tranquilamente podría haber hecho un profesorado en Literatura. Me gusta mucho leer: no podría escribir si no fuera el lector voraz que soy. Estudié Historia por un profesor del CNBA, Lucas Potenze, un excelente docente que se la pasaba poniendo ejemplos literarios en sus clases, cosa que yo le robé del mejor modo posible. A mí me gustaba lo que él hacía porque me hacían sentir bien sus clases. En un punto, para poder movilizar a las chicas, a los chicos, a que les interese la historia, no hay nada como la fuerza dramática del relato. Después vos podés desarmarlo como un problema histórico, pero buena parte del incordio que genera a veces la historia cuando se le enseña tiene que ver con "vaciarla de sangre". Marc Bloch, que es un gran historiador, decía que los historiadores son como los ogros: van donde huelen la carne humana. Si uno logra trasladar esa carne humana al aula es buenísimo. 
MD: ¿Por qué estudiaste en el CNBA? 
FL: Una maestra de mi primaria (Provincia de Catamarca, en Jean Jaures y Viamonte) les habló a mis padres del Colegio Nacional de Buenos Aires (yo ni siquiera sabía de su existencia, sinceramente). "Miren, este chico tendría que ir ahí"... y ahí fui. Entré queriendo ser oceanógrafo: me encantaban los documentales de Jacques Cousteau (quería tener un gorrito rojo como él) y me gustaba mucho la Antártida. Entonces para mí la excusa para ir a la Antártida era ser oceanógrafo.  Después se dio esa alquimia que se da en el colegio siempre que te tocan algunos profesores y tuve la suerte de tener dos años a Lucas. 
MD: Es una de las ventajas que tiene el plan de estudios de un bachillerato generalista: cada estudiante tiene la posibilidad de conocer áreas diversas del conocimiento.
FL: Creo que esa cosa humanística, si vos querés enciclopedista, que se le puede criticar en algún aspecto, tenía algo decisivo en aquella época. Estamos hablando de los años de salida de la Dictadura y, visto retrospectivamente, todo estaba muy cerrado. Yo era un tipo que prácticamente no salía de su casa del Once y al que de repente le daban una cantidad de instrumentos y le decían "ahí tenés el mundo: diseccionalo". Tuve la suerte de encontrarme con muchos compañeros y docentes que te estimulaban y te acompañaban en eso, por lo que era muy poderosa la sensación de intervenir y modificar.
MD: ¿Qué lugar ocupa la docencia dentro de tus actividades?
FL: Hoy por hoy me definiría antes que nada como un profesor. Me parece que ahí confluyen las aristas de lo que hago. Las mejores preguntas de investigación siempre me las he llevado de preguntas de mis alumnos.  Además, tengo que investigar para mis clases: no separo la investigación y el CONICET, por un lado, y la preparación de mis clases por el otro. Para mí hay un fluir natural. Por otra parte, dar clase te obliga a transmitir claramente lo que tenés que decir y eso, en términos de cómo concibo yo escribir ficción, es muy importante. 

Lorenz da clases en todos los años, de primero a quinto, con excepción de tercero, y destaca que “para mí el sentido de trabajar Historia es que los chicos tengan esa herramienta política que es pensar históricamente, pensar situado. Esto me obliga a pensar situado a mí”. 
MD: ¿Qué particularidades presenta enseñar en una institución como el CNBA?
FL: Me definiría sin dudas como profesor de enseñanza media, y me atrevería a decir demagógicamente que como profesor del CNBA. Sé que en relación con el Colegio puede sonar demagógico; hacia afuera, sin embargo, implica reconocer ciertas condiciones “ideales” de trabajo, con ciertas particularidades que lo vuelven complejo. Pero si comparamos con la situación de muchos compañeros que dan clase en otras escuelas medias, somos privilegiados, sin duda.
MD: ¿Cuáles son esas condiciones “ideales”?
FL: Es un lugar donde sin duda el conocimiento es un valor y tu legitimidad no está puesta en duda. Tanto es así que muchas veces hay una cosa inercial en dar por sentado eso; y para mí tenés que relegitimarte cada vez que te pones en diálogo con un curso. Por otro lado, la población estudiantil del CNBA está predispuesta al estudio (más allá de si después se estudia mucho o poco). Estamos hablando de familias que afrontan un examen de ingreso, que sostienen un esfuerzo... Además, es un colegio que burocráticamente funciona. Parece que no, que estás adentro y lo padeces, pero hay un montón de cosas que funcionan. En un país cuyo Estado está minado, cuyas instituciones están puestas a prueba todos los días, donde sistemáticamente se ataca al Estado, trabajar en un lugar donde esas condiciones, aunque anacrónicas a veces (porque más de una vez tenés que enfrentarlas) funcionan, me parece que es un buen punto de partida. Por eso digo que las quejas que podamos tener siempre hay que ponerlas en contexto.

Lorenz rápidamente aclara que “esto que es un privilegio para uno, puede ser una carga extra, una presión mayor, para los chicos” y en más de una oportunidad llama la atención sobre quienes dicen, respecto de los/as estudiantes, ah, si van al Colegio, se bancan cualquier cosa o ellos eligieron ir ahí: “para mí eso es una barbaridad. Por más que sea un colegio de la UBA, nunca dejan de ser adolescentes”.
MD: ¿Cómo surge la idea de Komorebi?
FL: Se dieron dos cosas para escribir esta novela. Tuve la suerte de volver a dar clases en el Colegio gracias a una compañera del Departamento, Gabriela Braccio, que me dijo "presentá una nota ya por mesa de entradas porque hay una suplencia". O sea, lo más atípico: me la pasé tratando de entrar los primeros cuatro años después de que egresé del profesorado y nunca había podido. Y yo me había ido en una situación de mucho enojo con el Colegio, tal cual les pasa a muchos de nuestros estudiantes de quinto, al punto tal que no fui a la entrega de diplomas (retiré mi diploma veinte años después cuando entré como profesor; en su momento, había mandado a mi padre a buscar el certificado analítico porque lo necesitaba para el profesorado de Historia).
MD: Ya vemos la importancia que le dan los historiadores a los documentos...
FL: Es que yo me quería ir del Colegio cuando era estudiante: estamos hablando de un tipo que se sentaba en el último banco y como un preso tachaba los días. Entonces, volver al CNBA a dar clases fue, en definitiva, reconciliarme con mi paso por el Colegio.  El origen de la novela tiene que ver con esa confluencia de volver, de querer ser el mejor posible para mis estudiantes y del proceso que yo pude hacer de esos dos deseos.

En la reseña de Komorebi publicada en este blog, ponderábamos la novela como  “un libro que tematiza de manera sutil -y, si se quiere, anecdótica, pero determinante- el maltrato sistemático al que se somete a los/as estudiantes”. 
MD: En la novela se narra una situación de “tensión” en una mesa de examen que puede leerse en clave humorística o, por el contrario, como problematización de una práctica que debe revisarse.
FL: En el vínculo pedagógico la autoridad no es per se; para mí hay una legitimidad que viene de un saber específico del adulto. Pero el problema es cuando no funciona así. Yo estoy cansado de hablar con chicos que se están por ir del Colegio y frente a una determinada situación no reclaman "porque le tienen miedo" (textual) al profesor o profesora o peor, porque consideran que el reclamo es inconducente. Bueno, ahí estamos, fallando. Eso tiene que ser claramente un proyecto pedagógico político. Hay un texto de Guillermo O’Donnell que yo uso siempre para la Dictadura, en el que habla de micro despotismos. Yo creo que en el Colegio hay muchos micro despotismos y me pregunto muchas veces cuánto de la Dictadura sigue funcionando en el Colegio. Si en la sociedad argentina hay nichos de autoritarismo, ¿por qué en un colegio que se llama a sí mismo "de la patria" y que se celebra así, no los va a haber? No debería haberlos, no los estoy naturalizando -todo lo contrario- pero me parece que, a diferencia de lo que se podía hacer en los 80 -comparando con el colegio que yo viví como estudiante-, a veces también veo a los chicos bastante pasivos. Así como hay una fuerza muy grande por denunciar, me impresiona mucho que en un nivel micro muchas cosas se aceptan.

Candidato a rector del CNBA en 2018, Lorenz deja entrever a lo largo de la conversación una visión institucional que complementa sus perspectivas personales.
FL: Aunque incompletos e insuficientes, hay una cantidad de circuitos para vincularse entre los distintos claustros del Colegio. Son un mucho mejor punto de partida que si hubiera una situación de anomia o una ausencia de esos canales. Ahora: está en lo que nosotros hagamos con ellos para mejorarlos, ensancharlos, modificarlos, reemplazarlos. Perón decía "no se hace una revolución tirando a un viejo por la ventana" y el Colegio tiene tal fuerza inercial que creo que hay que aprovecharla para esos cambios. No confrontarla. Sobre todo porque en general la confrontación termina siendo individual.

“A veces algunas historias no dejan que respiren otras”, le afirma un personaje al narrador protagonista de Komorebi. La referencia es al lugar que ocupan los estudiantes “ilustres del setenta” y es un ejemplo de cómo Lorenz busca provocar reflexiones allí donde muchas veces se repiten consignas. La ponderación sobre la participación política del claustro de estudiantes va en la misma dirección.
FL: Me parece que las demandas más urgentes de los últimos tiempos salieron claramente de los chicos. No quiere decir que no haya habido adultos preocupados por eso; quiere decir que institucionalmente, como suele suceder muchas veces en épocas de cambio histórico, la institución fue detrás. Entonces me parece que la peor respuesta sería negar el problema. El problema puede ser desde las denuncias que hubo por abusos, malos tratos, etcétera, a cuestiones de mucha micro arbitrariedad. Creo que el CNBA es un lugar que se presta mucho a que la autoridad reemplace a la legitimidad. Y eso para mí es un verdadero problema porque deja en un lugar de mucha exposición, por un lado, a quienes queremos construir vínculos de otro tipo y, por el otro, deja muy expuestos a los menores. 

“La novela tiene mucho de real”, admite Lorenz. En su relato, el profesor se encuentra -entre otros- con los fantasmas de un compañero suyo muerto al año de terminar el secundario y dos estudiantes fallecidos recientemente.
FL: La muerte joven me parece tremendamente injusta. En el caso concreto de la chica con la que el narrador se encuentra en la pileta, el año en que murió yo era profe del curso al que ella había asistido (ella se había quedado libre). Y a mí me pareció tremenda la situación de un grupo afectado por alguien que no está. Es decir: no estaba en el grupo en ese momento y además literalmente ya no iba a estar más. Lo que asépticamente se llama “desgranamiento”, para mí son tremendos fracasos de nuestra parte; yo no puedo vivirlos de otra manera. Como dije antes: a mí no me gusta eso de "y bueno, el Colegio no era para él". A mí me parece terrible eso y a veces me parece que encarna en una situación límite. Cuando el protagonista se encuentra con su compañero en el CNBA, hay una gran pregunta: si en el Colegio solamente deambulan fantasmas de chicas y chicos que el Colegio mató. Por supuesto que es una hipérbole, probablemente. No tiene que ver con el nivel de exigencia, no estoy yendo a eso. Sí creo que nuestro Colegio podría estar mucho más atento a la sensibilidad de nuestros estudiantes. 
MD: Hubo cambios y mejoras en ese sentido, sin embargo.
FL: Para mí, en términos de funciones y roles institucionales (profesores, preceptores, tutores, ayudantes, autoridades), hay que repensarlos todos. No pueden funcionar estancamente en el vínculo con los estudiantes: mi trabajo como profesor no se reduce a ir y trabajar una determinada materia. Pero eso requiere una cuota de humildad y generosidad. "Che, me puedo equivocar", "che, a lo mejor necesito del otro". No puedo enseñar eso si no lo ejerzo. Esta cuestión, si te fijás, a lo que se reduce es a qué tipo de persona quiero que salga de este colegio. ¿Quiero un futuro Premio Nobel o un presidente -como te meten en la cabeza- o quiero una buena persona? No quiero ser dicotómico al plantearlo así, pero a mí me parece que personas solidarias con un repertorio crítico para intervenir en la realidad y modificarla, sería un excelente objetivo para un proyecto institucional. Eso es muy difícil de construir porque significa mirar al costado y nos obliga a nosotros también profesores en aula, donde todavía la tarima está más alta que el resto de los bancos, a mirar al costado y no desde arriba. Y esto no es descargar toda la responsabilidad sobre los adultos. Yo creo que asociados esos dos elementos -la humildad y la generosidad- tiene que haber otro muy fuerte, que es el de la reciprocidad, no en el sentido mercantil del asunto. Si tenés una persona que confía, que valora tu opinión y que respeta tu trabajo... bueno, abrite. Entonces el contexto no tiene que desmentir al que hace eso. Ese es el punto también. Y en tanto institución que está en un momento de "revisión identitaria" (si no queremos usar la palabra crisis, que puede querer decir muchas cosas) o  de "deconstrucción", la institución termina funcionando por nichos, que son lo que yo llamo las "tiras" de profes: de acuerdo con la división que te toque o los profes que te toquen en gran medida es el colegio que recordás. No debería ser tan así. Yo no digo anular la individualidad porque no creo en eso. Pero tendría que haber mucho más acuerdos pedagógicos y propuestas que los chicos recibieran de una manera más homogénea. O si no, los que quedan en el medio de esos desniveles son siempre ellos.
MD: Antes de encarar reformas grandes, ¿no podrían pensarse en realizar acuerdos entre dos o tres profesores de materias afines para realizar actividades en común con un curso?
FL: Eso es muy difícil porque, por ejemplo, la estructura de evaluación es muy rígida. Suponete que vos quisieras trabajar por proyectos... ¿cómo se evalúa? ¿Se lleva Castellano y no se lleva Historia (por decir algo)? Y a eso me refiero con generosidad. Implica, además de todo, una revisión burocrática, una revisión de la práctica de cómo uno trabaja y, vamos a decirlo también, pone en una situación de tener que mejorar tu formación que por distintos motivos no todos están dispuestos a hacer; desde porque tienen un montón de cuestiones atendibles, como es que trabajan en muchos lados, hasta el otro extremo: gente que está cómoda como está. Los chicos aprenden rápidamente eso también, para ser justos. 

La conversación va promediando y los temas de educación van ocupando un lugar cada vez mayor en lo que pretendía ser una entrevista sobre historia y literatura. Retirada en muchos sentidos de la agenda pública (o solo incluida para ser abordada de manera bastante superficial y amarillista), la educación es, sin embargo, el tema que nos ocupa y nos convoca, sobre todo en un contexto como el actual.
FL: Yo no sé por qué muchos de mis compañeros dan clase. Yo sé que cuando doy clase, doy clase como me gustaría que hubieran sido conmigo todos mis profesores y doy clase como me gustaría que tuvieran mis hijos en todas sus materias. Eso es lo que creo; después puede estar mal o bien. Para mí es partir de la idea de que, aunque suene utópico, uno puede ser feliz en un colegio mientras aprendes y eso no quiere decir que no estudies o estudies poco. Entonces ahí hay un desafío para nosotros: ¿cómo hago eso, que es mucho más que atraer el interés de los chicos? Porque lo que termina sucediendo es que esas chicas y chicos que perdemos, que se quedan libres, que en una situación extrema se mueren, es porque el Colegio, metafóricamente hablando se desentendió de ellos así como los chicos terminaron desentendiéndose de él. Algunos dirán: "bueno, no encontraron la forma de comunicarse"... Pero eso es una responsabilidad, antes que nada, del mundo adulto. Yo no puedo pretender que los chicos hoy se vinculen con el conocimiento y con una institución educativa del mismo modo que cuando iba yo o hace 50 años. Y hay una gran pregunta ahí sobre cómo hacerlo. ¿Tengo que dar los mismos contenidos? ¿Tengo que enseñar igual? No estoy hablando de ser el profesor payaso ni nada por el estilo, estoy hablando de qué buscan cuando vienen acá Y ahí hay una lucha también con las representaciones sobre el CNBA, con las familias que mandan a sus hijas e hijos al Colegio. Estoy diciendo una obviedad, pero en el CNBA suceden cosas muy diferentes de lo que la gente cree que el colegio es, y es un tremendo problema todavía hoy que se traduce en "bueno, van ahí, pueden aguantar cualquier cosa". No es así. Para mí no es así, por lo menos.
MD: Para terminar, ¿qué reflexión realizás sobre el momento en el que estamos? ¿Habrá cambios profundos en el mundo o todo lo contrario?
FL: Creo que hasta ahora lo que hemos visto es un capitalismo muchísimo más descarnado, donde muchas de las discusiones, por ejemplo, alrededor del aislamiento, tienen que ver con una apelación bastante egoísta a la noción de libertades individuales. El opuesto a esto parecería ser un totalitarismo, no un sentido solidario de hacer algo por los demás. Entonces, hay una gran posibilidad creo yo de refundar ciertos pactos sociales. Está en nosotros, digamos, ver cómo transformamos esto en una posibilidad y no en una profundización de la estructura actual de dominación. Se ve en las discusiones ahora, mucho más que al comienzo del aislamiento. Una de las cosas que más me gusta de la docencia es que los profesores estamos obligados a ser optimistas, no optimistas bobos. En el caso de Historia, pensar históricamente quiere decir encontrar situaciones muchas veces mucho más difíciles que las que nos tocan, de las cuales personas semejantes a nosotros salieron creativa y colectivamente. Entonces yo quiero creer de verdad que eso es algo que va a suceder ahora. Sé que no sucede solo, también porque pienso históricamente. Entonces, para variar, depende de lo que hagamos. Un colegio, en este caso el nuestro, es un lugar formidable para discutir qué hacer. Sobre todo porque nosotros estamos en contacto con los que dentro de muy poco tiempo van a elegir su recorrido, van a profesionalizarse, van a estar probablemente en lugares de trabajo y decisión. Por eso es tan terrible esto que ha sucedido, sobre todo para los chicos de los últimos años: esto los suspende en un momento vital clave, diría yo. Pero no creo que nada esté definido. Creo que hay que ponerse a decir más cosas de las que decimos, sin dejar que nos restrinjan la cancha de lo que se puede discutir o no.