14 de diciembre de 2018

¿Para qué sirve un claustro de graduados?


Por Mariano Duna

En principio, podríamos decir que un claustro de graduados reúne a quienes obtuvieron un título de carrera de grado universitaria. La participación de estas personas en el cogobierno de una facultad resulta muy importante para aportar una perspectiva actualizada e interesada respecto de la inserción profesional y el ámbito de injerencia de una carrera; esta mirada será fundamental a la hora de -por caso- pensar la reforma de un plan de estudios.  
Ahora bien, en el caso de la Universidad de Buenos Aires, el claustro de graduados de cada Facultad incluye también a los docentes auxiliares que trabajan en esa institución. Tal como lo establece el artículo 106 del Estatuto Universitario, “el Consejo Directivo [de las Facultades] está integrado por ocho representantes por los profesores; cuatro representantes por los graduados, uno de los cuales, por lo menos, deberá pertenecer al personal docente, y cuatro representantes por los estudiantes”.
Esta composición plantea al menos dos tensiones. En primer lugar, otorga una mayor representación al grupo menos numeroso -los profesores titulares- y, por otra parte, reúne en un mismo claustro a dos grupos que no necesariamente se preocupan por los mismos asuntos: los graduados propiamente dichos y los docentes auxiliares que trabajan en la facultad.
Esta situación podría resolverse si se incluyeran a todos los docentes en un mismo claustro (para lo que sería necesario que los profesores aceptaran ceder su hegemonía simbólica y se rebajaran a compartirla con docentes de menor categoría) y si quedara formado, de esta manera, un claustro de graduados “puros”, es decir, de profesionales de una carrera que no sean además trabajadores docentes de la facultad.
El Consejo de Escuela Resolutivo de los Establecimientos de Enseñanza Secundaria dependientes de la UBA replica, en cierta forma, la composición de los Consejos Directivos de las Facultades, pero con una composición en principio más “virtuosa”: ocho representantes de los docentes (6 profesores y 2 preceptores/auxiliares docentes), cuatro representantes de los estudiantes, dos representantes de los graduados y un representante de los nodocentes con voz pero sin voto. Sin embargo, creemos que esta composición presenta un problema.
Las condiciones para acceder a la representación por el claustro de graduados en una escuela media de la UBA son haber obtenido el título secundario en esa institución y haberse anotado en el padrón correspondiente para la votación. No hay ningún tipo de restricción de edad (cantidad mínima de años transcurridos desde el egreso, por ejemplo) o requisito en la formación del graduado (que haya obtenido un título universitario en la UBA o que sea docente de escuela secundaria, por mencionar dos posibles alternativas). La ausencia de estas exigencias -que implicarían un voto calificado y se alejarían de principios democratizadores- parece ser sin lugar a duda preferible a su instauración.
No obstante, no podemos evitar preguntarnos: ¿qué motiva a un egresado del CNBA o del Pellegrini a participar en el CER como representante por el claustro de graduados? Si el egresado es un docente interino de la institución -que no puede votar ni ser votado por el claustro docente, sólo accesible para docentes titulares-, podríamos suponer que su motivación es participar del cogobierno de la institución en la que trabaja; en este caso, el claustro de graduados del CER funcionaría de manera similar al de las Facultades y ofrecería la posibilidad de compensar una falta de representación. Si, en cambio, el consejero es un graduado que no trabaja en la institución y que realizó estudios vinculados con -por ejemplo- Ciencias de la Educación o alguna de las áreas de conocimiento que se desarrollan en el colegio, podríamos suponer que se trata de alguien que se preocupa por la formación que la institución media brinda de cara al inicio de una carrera universitaria o alguien que busca retribuir con su formación universitaria a la institución que le brindó la educación secundaria; en este caso, estaríamos frente a un graduado propiamente dicho.
 Pero si no se trata de ninguno de estos casos, ¿qué hace un representante del claustro de graduados de una escuela secundaria?  Sin pretensión de ejercer juicios de valor, intuimos que su actividad puede vincularse con una motivación laboral (obtener un cargo rentado para desarrollar una determinada tarea), sentimental (sostener el vínculo con el lugar donde uno pasó su adolescencia) o vocacional (confirmar sus intereses mientras transcurre sus primeros años como bachiller).
Cualquiera de estas tres motivaciones imaginadas sería mucho mejor que una cuarta: una motivación pretendidamente política que consiste en reproducir y trasladar al CER la militancia pasada estudiantil o la militancia presente adulta. Pero si fuera así, ¿cuál sería el problema? ¿No es una función de estas escuelas formar para la participación política? Es verdad; lo que ocurre es que antes que para funcionar como un Club de Caballeros donde se juega a la política, el CER debería servir para indagar colectiva y democráticamente en la mejora de los procesos de enseñanza y aprendizaje. Y, en este sentido, tal vez tengan mucho más para aportar -con voz y voto- los trabajadores nodocentes que los consejeros graduados con escasa perspectiva y formación pedagógica, independientemente de cuál sea su derrotero partidario.

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