7 de mayo de 2018

Pensar con humildad: Sobre “Pensar y construir el Colegio que viene”

Pensar con humildad
Sobre “Pensar y construir el Colegio que viene”

Federico Lorenz, profesor de Historia


  Como todos sabemos, la educación es un trabajo de acumulación en el que intervienen diferentes actores. No está exenta de la mirada política, pues educar es probablemente una de las formas más altas de hacer política. En una institución tradicional como el CNBA, estas cuestiones toman una relevancia mayor debido a que muchas veces lo que se discute no es la educación que el Colegio se propone dar sino más bien: a) las representaciones que sobre esta tienen los adultos; b) el Colegio como vector político dentro de disputas mayores, que derraman capilarmente en nuestro trabajo cotidiano. 
 Este año, la urgencia generada por las demandas de los estudiantes en cuanto a la problemática de género ha subsumido cualquier posibilidad de pensar estratégicamente aquello que es obvio: cómo, en el marco de un proyecto pedagógico, se responde a  estas. Que son legítimas y urgentes, no cabe duda. Que la carencia de respuestas por parte de los adultos llevó en gran medida a que los chicos ocuparan un espacio vacante, tampoco. Esto último no es un juicio de valor sobre el grado de movilización de nuestros estudiantes, sino la mera constatación de que no estamos preparados ni generacionalmente ni profesionalmente para abordar una problemática compleja cuyos efectos están magnificados por los medios, y la rapidez de sus efectos por la inmediatez de las redes. 
  Se trata de cuestiones elementales de cuidado y respeto que debe abordar un Colegio que, por caso, no dijo una palabra, institucionalmente, ante el caso de fallecimiento de un alumno durante el verano, ni hizo nada con ello. Primer alerta: si no tenemos palabras frente a algo tan intrínsecamente humano como la muerte, ¿cómo tenerlas frente a problemáticas humanas nuevas? No porque no existieran antes, sino porque nadie las ponía en palabras. Más aún, la situación actual en cuanto a las situaciones de abuso, la falta de implementación de la ESI y la temática de género ha sido verbalizada por los menores antes que por los adultos, lo que da idea de la verdadera magnitud de la tarea. No se trata de una inversión de lugares, sino del desdibujamiento de las figuras tradicionales desde las que pensamos nuestras relaciones. 
  He aquí, a mi juicio, y antes de poder avanzar en otras cuestiones, el meollo del problema. El CNBA es una institución con una gran fuerza inercial que durante décadas pudo hacer como que todo funcionaba bien mientras otras cosas sucedían intramuros. Podemos tener placas en homenaje a nuestros compañeros desaparecidos, y no por ello ser menos arbitrarios e injustos que antaño. En eso, el colegio refleja lo que sucede extramuros. 
  Pero así como “el exterior” es conflictivo, la inercia colegial ha alcanzado un punto en el que mirar a otro lado se vuelve cada vez más difícil, al borde de volverse autodestructivo. 
Bienvenidos al desierto de lo real, y bienvenida sea también la posibilidad de proyectar el futuro Colegio, haciendo honor a lo que fue y debería volver a ser: un lugar de experimentación pedagógica.

  A continuación, seguiré el orden propuesto por los compañeros en el documento para poder ofrecer algún tipo de comparación

Intervenciones internas o externas

  Decía al comienzo: la educación es un trabajo de acumulación. Desconocer la tarea cotidiana de colegas, los vínculos construidos entre alumnos y docentes y apelar a la llegada salvadora de miradas externas no hace más que profundizar el malestar evidente con el que trabajamos a diario (¿otra dimensión de la grieta?). Acuerdo con los autores en que se podría “acordar con los estudiantes un grupo de docentes con formación y capacidad de diálogo acordes a la situación”. No sería más que legitimar lo que sucede a diario: las micro relaciones que establecemos con nuestros chicos y colegas y que son las que en la práctica dotan a este Colegio de una identidad en su heterogeneidad y diferencias. La capacitación es una necesidad para todos nosotros, y eso lleva a una discusión aún mayor: instalar la necesidad de actualización en una institución en la que predomina un sentido común academicista al que muchas veces se subordinan cuestiones que hacen a la dimensión humana del vínculo docentes – alumnos, entre ellos la escucha atenta, y el no abandono del lugar del cuidado: somos un colegio que empodera menores, pero que no por ello dejan de estar a nuestro cargo. Esto no es subestimar a nuestros estudiantes, sino revalorizar nuestra función profesional y nuestro lugar generacional. Es llamar la atención sobre lo que bajo ningún concepto debemos olvidar o relegar: nuestro papel de adultos.

La forma y el contenido

  En general es evidente que muchas de las disputas al interior del Colegio tienen que ver efectivamente con cuestiones de liderazgo y de la respuesta, tanto sindical como individual, a este. Poner el eje en ellas hoy es irrelevante en tanto la actual gestión se encuentra en su último año. Es, en cambio, conducente a posicionarse como opciones a la hora de la elección a Rector. Desde el punto de vista analítico esto es cortoplacista. Sobre todo porque en muchas ocasiones se aceptó convivir con lo que hoy se denuncia como causal de la “crisis”. Palabra que quiere decir mucho y nada a la vez. Es válido electoralmente, pero mezquino pedagógicamente, al menos hasta que se hagan explícitas desde dónde, en dicho terreno, se hacen esas críticas, y en función de qué proyecto alternativo o superador.
  La lucha sindical contra la innegable postergación en nuestros salarios y condiciones de trabajo, por otra parte, impregna estas disputas. Es muy probable que no pueda suceder de otra manera, pero es muy importante separar cuidadosamente las discusiones. Porque no debemos perder de vista que el Colegio está en vísperas de renovar sus autoridades, y todos deberíamos ser conscientes de esta situación. 
  Se trata de trasformar la “crisis” en posibilidad. Quienes conducen la institución, mediante el favorecimiento de espacios de interacción con vistas al Colegio que viene, mientras atiende las urgencias del Colegio que se va. Quienes trabajan en ella en diferentes funciones, impulsando y propiciando las discusiones en cada uno de esos espacios, por una mera cuestión de sentido común: se trata de mejorar el lugar de trabajo en el que seguirán pasado el 2018.
  Se trata, si somos honestos intelectualmente, de recuperar una mirada de más largo plazo sobre nuestro Colegio. La reforma de los planes de estudios, aludida por los autores, es una de sus bases. La rediscusión de las normas de convivencia deberá ser necesariamente otra. Por supuesto que esto es incómodo. Poner límites, que es una de nuestras responsabilidades como adultos, no “paga” en una disputa política. Acompañar los cuestionamientos o meramente dejar que sucedan sin transformarlos en hechos pedagógicos es menos “costoso” pero luego regresa de manera dramática, en denuncias o situaciones extremas de abandonos e incomunicación. Y, en lo cotidiano, se traduce en el ronroneo de los claustros: algo no funciona. El pecado es el mismo: la omisión. Y ese es un lugar que nosotros, como adultos, no podemos abandonar. Porque el hilo siempre se corta por lo más delgado: los alumnos. El empoderamiento aparente de gestionar una reforma no oculta la realidad del desgranamiento feroz que todos los que damos clase en años superiores fácilmente constatamos. Una obviedad que parece no ser tal: “poner límites” puede ser sinónimo de “construir acuerdos”. Obviamente, luego exigir que se respeten.

Hacia una necesaria síntesis: pensar con humildad

  Por sus características, el CNBA puede darse el lujo de la autorreflexión. Y en un país careciente y devastado, ese lujo obligatoriamente deviene en obligación social. Que a la vez es una forma de honrar el mandato del Manifiesto Liminar de 1918, en su centenario, y las vidas segadas de tantos jóvenes que aquí estudiaron. 
  La autorreflexión implica revisar las propias prácticas y presupuestos. Probablemente por mi especialización sobre la cuestión Malvinas, no temo a la revisión de las propias posturas, y he endurecido el cuero batallando por favorecer la discusión a partir de los puntos de acuerdo antes que arrancar allí donde no es posible: en la irremediable diferencia. 
  Es ridículo convivir con la idea de que una institución como la nuestra no tiene los instrumentos para pensarse a sí misma y apelar a la ayuda externa allí donde detecte debilidades en sus recursos o melladuras en sus herramientas. 
  Sin demagogia creo que aprendemos de nuestros alumnos además de con ellos. Podemos hacerlo sin perder nuestro lugar ni ver menoscabada nuestra autoridad docente, si esta acción está inserta en un proyecto pedagógico que dé respuestas a las demandas urgentes del presente, sí, pero que ofrezca a los adolescentes aquello a lo que tienen derecho: proyectar un futuro. 
  No podemos ampararlos si no estamos dispuestos a exponernos nosotros al cambio. No podemos enseñarles a razonar y aceptar el error si no lo hacemos nosotros. Aunque suene arcaico, somos su ejemplo. No en el sentido de que deban replicarnos como individuo, sino en el más profundo: el de poner en acto lo que enseñamos. 
  Las situaciones de cambio asustan sólo a quienes se creen dueños de la verdad. Nosotros enseñamos a nuestros alumnos a ser críticos. Y esto implica reconocer el error, asumir, corregir, mejorar. Poner eso en acto sin abandonar el lugar del adulto sería una forma productiva y estratégica hacia un redimensionamiento del Colegio que queremos. 

   

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