11 de mayo de 2018

"Saber en qué ser conservadores para evitar ser reaccionarios"


Reseña de Escuela o barbarie. Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda (Madrid: Akal, 2017).

Por Mariano Duna

 Carlos Fernández Liria, Olga García Fernández y Enrique Galindo Ferrández  son tres filósofos españoles, docentes y militantes por la educación pública. El primero de ellos es referente  de Podemos y publicó diversos ensayos, entre los que destacamos ¿Para qué servimos los filósofos? (Madrid: Catarata, 2012), En defensa del populismo (Madrid: Catarata, 2016) y Educación para la Ciudadanía. Democracia, Capitalismo y Estado de Derecho, en co-autoría con Pedro Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero (Madrid: Akal, 2007).
Si bien se ocupa de muchas discusiones específicas del contexto español y europeo, Escuela o barbarie es una obra que consigue dialogar particularmente con los docentes de estas latitudes, sobre todo a partir de determinados cambios de paradigma en educación que se profundizaron desde la llegada de Cambiemos al poder. También es un libro que interpela, argumenta, critica, provoca y convence, sin renunciar a la explicitación de sus posicionamientos ni –mucho menos- a la presentación clara y contundente de numerosos fundamentos. 
Ya desde el propio título, los autores plantean y actualizan a lo largo de todo el libro una serie de dicotomías que podrían deducirse de la oposición más general entre modernidad y posmodernidad. Partiendo de la constatación de que “no es lo mismo enseñar a ciudadanos que enseñar a emprendedores”, los autores inician una crítica de ciertas modas en educación dirigidas a -y forjadoras de-  ese nuevo sujeto: la educación basada en competencias, el coaching, el culto a la innovación pedagógica, las pruebas estandarizadas que permiten hacer clasificaciones de las escuelas, el aprendizaje basado en proyectos, el trabajo colaborativo, la omnipresencia de las TIC, etcétera. Con el avance de estas prácticas se pregona una “Revolución educativa” (Capítulo 1) que pretende instaurar “El nuevo orden educativo mundial” (Capítulo 3), en el que reinarán “Las metodologías salvíficas” (Capítulo 5), cuyos fundamentos e implicancias los autores desarticulan y exponen. Particularmente reveladora resulta la consideración que los autores realizan sobre el constructivismo.


Ahora bien, es esperable que la postura contraria a esta pretendida revolución sea inevitablemente reaccionaria. Mediante la revisión de los criterios con los que se instauró un “sistema de instrucción pública regulado por leyes democráticamente establecidas”, los autores recuperan un principio que, a la luz de ciertos lugares comunes imperantes que destacan que la escuela debe preparar para la vida, parece bastante conservador: nos referimos al aislamiento relativo de la escuela para protegerla “de los vaivenes sociales coyunturales”.
Sin embargo, ese aislamiento adquiere otro sentido cuando el marco del cual se la quiere proteger es el impuesto por el modelo teórico neoliberal, que procura construir –desde ya, a través de la escuela- su propia versión del hombre nuevo –“atomizado, egoísta, emprendedor, consumista, acrítico, flexible y adaptable”-, tarea para la cual cuenta –para colmo- con la inestimable colaboración de las “ciencias de la educación”, disciplina -¿disciplina?- con la que los autores discuten en más de una oportunidad ( “El papel de las ‘ciencias de la educación’ en la estafa educativa”- Capítulo 4- y “A vueltas con la pedagogía y la libertad de cátedra” - Capítulo 8-).

Como también se anticipa en su subtítulo, el libro discute –desde la izquierda- con posturas políticas del mismo signo. “La izquierda y la escuela” (Capítulo 2) es un recorrido por algunos planteos de autores clásicos (Althusser y Foucault entre ellos) cuya repetición descontextualizada posibilitó que desde el progresismo se desatendiera –por temor al control ideológico- el carácter republicano y antidespótico de la escuela pública.
Cabe destacar como dos importantes virtudes de Escuela o barbarie su heterodoxia argumentativa y el hecho de evitar esquemas simplificadores.  Las oposiciones que plantea, antes que como estructuras fijas que construyen un mensaje unidireccional, funcionan más bien como un escenario sobre el que se ubican los argumentos. Esto permite que docentes de diferentes corrientes ideológicas puedan sentirse interpelados por el libro de diversas maneras, aunque sus miradas seguramente converjan en tramos como aquellos en los que los autores denuncian la precarización  tanto material como simbólica que sufren los profesores (ahora “facilitadores del aprendizaje” o, en todo caso, “técnicos educativos”), paralela al desprestigio que sufren el conocimiento organizado en “disciplinas” y la tarea de “instruir” en lugar de “educar” (otra de las oposiciones que los autores plantean y actualizan).
“La Universidad: el paisaje después de la batalla” (Capítulo 6), “Un nuevo feudalismo para la universidad” (Capítulo 7) y “Algunas reflexiones sobre los programas políticos para educación” (Capítulo 10) responden a discusiones del contexto europeo, pero en más de un caso pueden encontrarse llamativas similitudes con lo que está ocurriendo en Argentina, sobre todo en torno a la evidencia de cómo las sucesivas reformas en educación afectan la formación de los docentes y la relevancia de los títulos de los futuros egresados. El Capítulo 10 es, además, una muestra de una serie de medidas concretas que se pueden llevar a cabo desde el Estado para defender y fortalecer la enseñanza pública, lo que remarca aún más la urgencia de la causa que Educación y barbarie enarbola a lo largo de sus páginas.

 “Pedagogía y filosofía” (Capítulo 9) resume a nuestro entender el espíritu del libro. Allí se desarrolla una nueva dicotomía; y si bien sería muy simplista –y, por lo tanto, contrario al sentido de la obra- colocar a la pedagogía del lado de la barbarie, la posmodernidad y el neoliberalismo, y a la filosofía del lado de la civilización, la modernidad y el republicanismo,  la reivindicación de la filosofía para pensar la educación es elocuente: “La filosofía debería tener como tarea fundamental que no se olvidara en ningún momento del itinerario educativo (y, sobre todo, en secundaria y los estudios superiores) que el saber es en sí mismo, por una parte, el más irrenunciable de los incentivos y, por otra, que es un derecho y no algo así como un posible servicio que se pueda consumir”.
Educación o barbarie es un libro que reivindica la Ilustración, la modernidad y la filosofía. Es, en este sentido, un libro a la vez conservador y revolucionario (en el sentido astronómico del término) que nos habilita a pensar la educación “de vuelta”: habiendo completado una órbita completa, una serie de principios que dieron origen a la escuela pública se fortalecen con la experiencia adquirida y se actualizan, recuperando el brillo de sus promesas en torno a “la construcción del pensamiento científico y del conocimiento, lo que posibilita  la formación de la conciencia crítica y ciudadana y, en definitiva, del espacio público democrático”.

No hay comentarios.: